Nos trasladamos hasta la capital oscense para conocer la historia de otros de los colegiados aragoneses.
Septiembre llega a su fin y nosotros estamos de vuelta con una nueva entrega de reportajes de la sección 'Ortopédicos de Aragón: Cara a cara' cuyo objetivo no es otro que conocer un poco más a fondo a nuestro colectivo, así como poner en valor la ortopedia visibilizando el trabajo técnico, adaptado y casi artesano que protagoniza esta profesión.
En esta ocasión nos trasladamos de nuevo hasta la capital oscense, más en concreto a las instalaciones de Ortopedia Ibor. Allí, en una de las dos sedes que tienen –en la calle Zaragoza y en la avenida Martínez de Velasco de Huesca- nos recibe Jabier Ibor, responsable técnico que encarna la segunda generación de ortopédicos de la saga familiar. Además, regentan un tercer negocio ubicado en la plaza de la Diputación de Barbastro.
“En el primero de ellos nos dedicamos a productos de apoyo, material de geriatría, calzado, linfedemas o presoterapia, pero es aquí -haciendo referencia a la segunda sede- donde tenemos el taller de ortopedia técnica, inaugurado en el año 2020, en plena pandemia”, relata.
En una de las paredes del local vemos una fotografía de Pascual Ibor, fundador del negocio familiar. “Él era fitoterapeuta y trataba a los niños con polio de aquella época. Pronto empezó a trabajar con aparatos ortopédicos, algo muy novedoso por aquel entonces”, reconoce. Fue a finales de los años 60 cuando el oscense creó un pequeño taller en Las Cortes, en los bajos del domicilio familiar, donde pasaba largas horas trabajando. Lo que no imaginaba este oscense es que sus tres hijos, Pilar, Jesús y Javier, decidirían continuar años después con su legado familiar.
Tras formarse en Pamplona en 1985, Javier volvió a casa y decidió modernizar las instalaciones del negocio familiar. “Siempre hemos apostado mucho por las nuevas tecnologías y las mejoras del sector”, reconoce. Algo que sin duda les ha convertido en referentes en Aragón y buena parte de España. Eso sí, como explica, encontrarse en una ciudad pequeña, como Huesca, hace que en su sector tengan que saber “un poco de todo”: “En las ciudades más grandes existe un mayor grado de especialización”.
Ibor reconoce que la vocación de quienes forman parte de este colectivo profesional es clave. “Siempre me ha gustado trabajar con las manos, pero no fue hasta mi paso por Pamplona cuando supe lo que quería hacer realmente”, admite. Allí aprendió todo lo referente al mundo de las prótesis de la mano de Fritz Rihler. “Era muy técnico. Y eso, en un momento en el que se trabajaba todo de manera intuitiva e improvisada, era muy diferente a todo lo que habíamos visto. Él tenía un método. Y a mi eso me fascinaba”.
En busca de la excelencia
Y es que Jesús defiende la perfecta combinación entre la intuición y el método como la clave de su trabajo. “Siempre he intentado huir de la improvisación. Creo que la constancia y nuestra capacidad de perseverar en la idea son fundamentales. Tenemos que hacer lo mejor para el paciente y aquí siempre hemos buscando la excelencia en todo lo que hacemos”, asevera. Y aunque por el momento no existe una tercera generación Ibor dispuesta a coger las riendas del negocio, sí que hay cantera dentro de la propia empresa.
A su lado se encuentra Martín Blecua, ortesista protesista que lleva trabajando con ellos cinco años, desde que salió de la universidad. “Estuve una temporada trabajando en Zaragoza hasta que surgió la posibilidad de volver a casa. Aquí he aprendido todo lo que sé de ortopedia”, admite el joven, que admira, sobre todo, la parte más artesanal de este oficio.
“Hago plantillas, alzas, visito los hospitales para la colocación de piezas y me encargo de la adaptación del material prefabricado. Un poco de todo”, reivindica. Además, también es la persona responsable de la distribución nacional de un novedoso aparato: la ortesis Turbomed, pensada para pacientes con pie caído.
El joven destaca “la creatividad que hace falta para desempeñar este oficio, que por otro lado no deja de evolucionar de manera constante”. Casi tanto como las herramientas y nuevas tecnologías que se implantan, cada vez más, en el sector de la ortopedia. También se están derribando tabúes y acabando con el estigma que tradicionalmente ha rodeado este ámbito. “Por eso este taller tiene todas las paredes de cristal que dan directamente a la calle. Queremos que se vea lo que hacemos”, reivindica.
Y es que la evolución en tan solo dos décadas ha sido tremenda. “Hace unos años no podíamos ni soñar con lo que hoy estamos haciendo, y eso se traduce en mejorar la vida de las personas, que no tiene precio”, concluye Ibor.